La ciencia detrás de los antojos

Todos hemos sentido alguna vez una necesidad casi incontrolable «antojos» de comer un alimento en particular, y hasta te imaginas su sabor y aroma. Generalmente, estas ganas urgentes son por alimentos hiperpalatables o, mejor dicho, extremadamente “ricos” (seamos sinceros, yo por lo menos nunca he tenido antojo de lechuga o manzanas), los que habitualmente son ultraprocesados, refinados, altos en azúcares, sal, grasas o todas las anteriores, y no necesariamente se asocian con tener hambre. Estos son los llamados antojos. Dejemos de lado aquí los antojos del embarazo, que pueden deberse a alguna necesidad fisiológica específica, y hablemos sólo de esas ganas por “comer algo rico” que todos sentimos a veces.

Si bien es posible que estos antojos se deban a una condición de salud subyacente, lo cierto es que la mayoría de las veces es una respuesta de nuestro cuerpo mediada por hormonas. Cuando comemos, se estimulan ciertas zonas de nuestro cerebro que determinarán nuestras elecciones de alimentos. Es decir, los alimentos son capaces de desencadenar una respuesta neurológica que nos cause placer y, por lo tanto, nos lleve a seguir consumiendo y buscando constantemente ese tipo de alimentos hiperpalatables que son capaces de generar una respuesta hormonal bastante compleja.

Debemos recordar que las sensaciones de hambre o saciedad están mediadas por hormonas, y este tipo de alimentos “ricos” (procesados de muy fácil digestión, extremadamente dulces, salados o altos en grasas) puede interferir en cómo el cerebro reacciona a las señales hormonales causando, por ejemplo, que queramos seguir comiendo a pesar de no tener hambre.

En ciertas personas, y en ciertas circunstancias, esta conducta puede volverse problemática. Por ejemplo, cuando buscamos de forma constante e inconsciente contrarrestar emociones negativas con el placer que nos causa la liberación de la hormona dopamina al comer eso que nos gusta, lo que puede causar que nuestro cerebro se acostumbre a “buscar” esta respuesta. De ahí que pueden surgir ciertas patologías del tipo “adicción” a ciertos alimentos, como el azúcar, aunque este tema da para otra nota completa.

Pero, aparte de nuestro cerebro que se empeña en recordarnos lo rico que son ciertos alimentos, ¿qué más puede influir en que sintamos antojo por algo en particular? Y aquí hay varios factores propios de la vida actual: La publicidad de la industria alimentaria (y de los food bloggers, videos de mukbang, etc), que nos muestra de la forma más apetitosa posible todos esos alimentos que luego nos morimos por probar. El stress, los hábitos de sueño y  el ejercicio (o la falta de éste) también son factores capaces de afectar las respuestas cerebrales a las señales hormonales asociadas a los alimentos. Y, por supuesto, los cambios hormonales, algo que seguramente la mayoría de las mujeres hemos sentido; los niveles de estrógeno y progesterona que van fluctuando a lo largo del ciclo menstrual, también son capaces de influir en la secreción de las hormonas relacionadas con el hambre y la saciedad.

Entonces, ya sabemos que los antojos no son un simple capricho por comer algo rico y que detrás de esa necesidad por un alimento en particular hay una serie de mecanismos y respuestas cerebrales complejas asociadas a la obtención de placer, pero, ¿podemos revertir o controlar esa necesidad? y la respuesta es, sí, se puede, pero no es fácil ni rápido y para lograrlo debemos empezar a ver el acto de comer como algo mucho más complejo que el sólo hecho de llevarse un alimento a la boca. Nuestras elecciones de alimentos están condicionadas por muchísimos factores, y entenderlos nos ayudará a poder hacer elecciones conscientes e informadas. 

El acto de comer es mucho más que la acción necesaria para alimentarnos y nutrirnos para poder mantenernos vivos. Detrás de esta acción hay factores sociales, económicos, culturales, psicológicos y hasta genéticos, y si bien podría enumerar muchos “tips” y consejos para evitar los antojos, del tipo: elige alimentos nutritivos y que entreguen saciedad, duerme bien y temprano, haz ejercicio, etc… Creo que todo esto se traduce en un sólo concepto: comer conscientemente. 

Y ¿Cómo comemos conscientemente?, no es una respuesta sencilla y también es un tema que da para mucho, pero partamos por algo que parece muy simple, pero que en realidad no lo es tanto, dejemos de catalogar los alimentos como buenos o malos. El hecho de restringirse o prohibirse cierto tipo de alimentos (dejemos de lado acá las condiciones de salud que requieren de restricciones dietarias específicas, como diabetes, enfermedad celíaca, etc.) puede llevarnos a que nos sintamos más atraídos por ellos, mientras que si los incluimos en nuestra dieta de forma esporádica y controlada, podría ayudarnos a dejar de sentir esa necesidad constante por comerlos. Y, comencemos a disfrutar de lo que comemos, entendamos que lo que nos nutre no son sólo los nutrientes, sino también las experiencias que rodean el acto de comer. Todo esto nos llevará a tener una relación sana con la comida, a entender y tomar en cuenta las señales de nuestro cuerpo y, a partir de ahí, a hacer mejores elecciones en cuanto a lo que comemos. Lectura recomendada

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